Saber marcharse debería ser un contenido obligatorio y evaluable en
cualquier asignatura, dependiendo de la ruta académica que cada uno haya
elegido y especialmente para quienes eligen la vida política como modus
vivendi
En este mundo, numerosos arribistas apenas saben cómo llegaron a
determinados puestos pero desde luego, puedo afirmarlo, no saben cómo
marcharse; y claro por eso tenemos que soportarlos años y años.
Saber marcharse es un signo de clase, de personalidad, de ética y de
compromiso consigo mismo; por eso es tan difícil que ocurra.
Sin embargo, no quiero centrarme en los políticos o los asesores que
algunos arrastran de institución a institución; también es una cualidad
que podemos practicar en la vida cotidiana.
Por ejemplo, saber marcharse de una relación que no navega en el
rumbo adecuado tampoco es fácil; ni mucho menos saber marcharse de ese
grupo de conocidos o presuntos amigos que poco aportan y bastante
desgastan; y en los tiempos que corren complicadísimo, querer y saber
marcharse de una empresa o proyecto que no satisface tus aspiraciones;
el mero hecho de elegir el momento y la forma de marcharse de una
fiesta, por si solo, merecería todo un tratado sobre el comportamiento
humano.
Pero también quiero referirme a saber marcharse de esta vida, dejando
la tarea hecha, y no con los pies por delante como suele decirse, más
bien con la cabeza alta. Condiciones éstas que no están al alcance de
cualquiera.
Pero si me permiten el consejo para saber marcharse, lo primero es no
olvidarte de despedirte. Y eso, quizás, suele ser lo más complicado.
Díaz Hernández, Félix, "Saber marcharse", en Diario de Avisos, 28/11/2012.