No
es una cuestión de fe. La política es una realidad. Nos
puede gustar más o menos, nos puede indignar, entretener, parecer un
circo o una canonjía pero lo cierto es que la política es la única
forma que une a todas las personas (de todos los colores políticos,
incluidos los apolíticos) en el camino hacia el bienestar, la
justicia, la libertad y demás valores democráticos.
Así que, en días
como estos, en los que dan ganas de no saber nada más de semejante
gremio, parece que lo responsable es aprender a vivir con ella y si
es inmerso en ella, mejor todavía.
Nos
quejamos de que las medidas de los políticos y sus argumentos son un
agravio a nuestra inteligencia. Seguramente, pero ¿y si en vez de
quejarnos ofrecemos nuestro entendimiento para un análisis serio de
la actualidad y un debate profundo? Nadie nos ha recortado nuestra
inteligencia ni nuestra libertad.
No
hace falta ser un analista político para darse cuenta de la aversión
hacia los políticos que se está produciendo. El sentimiento de
descrédito es ampliamente mayoritario y una de las primeras
preocupaciones del ciudadano español. La sociedad está dejando de
creer en los políticos pero no nos podemos permitir dejar de creer
en la política. Eso sería olvidar lo que la mueve, el pilar que la
sostiene y la meta que se persigue, que no es otra cosa que el Bien
Común.
Hoy
todo tiene forma de reto. Afrontar la actualidad con el valor para
abordar temas tan delicados como fundamentales que nos afectan a
todos, y tomar consciencia de la importancia que tiene la política
en nuestras vidas, mucho más allá de las opiniones a la hora del
café o “arreglando el mundo” en la sobremesa.
Ya
han sido varias las homilías en las que nos han animado a
“transmitir el mensaje, en estos tiempos de crisis, con alegría”.
No se entiende, dentro de un contexto de cristianos comprometidos,
que nos quedemos en titulares y noticieros. Nuestra responsabilidad
es cada vez mayor. No sé bien cómo lo vamos a conseguir pero ojalá
encontremos la manera de transmitir la alegría de la política.