Doy gracias por la generación a la
que pertenezco. A pesar de la visión pesimista que yo misma tengo a veces, doy
gracias por los momentos políticos y económicos que nos han tocado. Tenemos la
oportunidad de vivir in situ una difícil época y aprender de ella todo lo que
podamos. A pesar de las luchas políticas
y el sufrimiento de tantos, no alcanzo a imaginar otro escenario en el que
hubiéramos podido cultivarnos y crecer como personas tanto como ahora. Eso sí,
dando por hecho que todo servirá para algo. Esta premisa será la que marcará la
diferencia entre ser una generación perdida o no serlo. Estas bofetadas
llamadas realidad social, que ya duran años, están escribiendo la Historia de
España. Nosotros, ni adolescentes ni adultos con grandes cargas ni excesivas
responsabilidades, estamos en una posición privilegiada. Somos testigos de los
problemas y formamos parte de la solución.
Siempre hay quienes no cesan en su
oficio de arremeter contra el sistema. Señalan continuamente hacia fuera y
argumentan que la gente, los de aquí, no encajan bien en el actual sistema. Lo
cierto es que yo pertenezco a ese ente que muchos culpan. Mi generación, las
anteriores y las posteriores, también pertenecen al sistema. Y así seguirán las
cosas. Todos pertenecemos a esta democracia, el mejor (o menos malo si lo
prefiere) sistema político que se haya conocido jamás.
La opinión pública debe hacer el esfuerzo por no cargarnos a
nosotros y a la prole venidera con la misma desconfianza y desapego hacia la política. Es una injusticia
negar el hecho de que otros llegarán. Vendrán otros tiempos y otros políticos,
la regeneración política será realidad… algún día. El primer paso es entender
la grave responsabilidad al ejercer nuestros derechos, concretamente, el
derecho a voto. Empecemos por erradicar lo que se puede considerar una lacra
social, la abstención.