
No es coincidencia que tras las consultas populares estén los nacionalismos, ya sea el catalán o el canario.
Hace unos años, cuando la modernidad se instaló en la globalización, todos asegurábamos ser ciudadanos del mundo. Hoy, más atrasados que entonces, nos hemos instalado en el egocentrismo político. El nacionalismo es la ideología del egoísmo. La exaltación de lo propio inunda el sentir general de Cataluña y también venida a más en Canarias con la cuestión petrolífera.
En definitiva, se sobredimensiona lo propio como lo único y “lo más mejor”, sin tener en cuenta los agentes externos que han hecho posible ser lo que somos. Las autoridades catalanas y canarias abrazan con pasión el exacerbado sentimiento de pertenencia de sus poblaciones pero resulta bastante decepcionante que éste que no dé comer ni genere empleo.
El cuerpo entero adolece cuando
se fractura una de sus extremidades. La cura para esta enfermedad que llaman nacionalismo, el sarampión de la
humanidad lo definiría Albert Einstein, es la vocación y el sentido de Estado. La
dificultad del tratamiento radica en que las extremidades enfermas son precisamente
alérgicas a la solución. Nuestra lengua común es la Constitución, esa misma que
juraron respetar y defender al tomar posesión de sus cargos los que ahora la
quieren obviar y privar de su derecho a la mayoría de los españoles.
Solo hace falta saber leer y escribir para saber que la
consulta catalana no es lega. No obstante, los remedios que se
aplican a pelo siempre son dolorosos y traumáticos. El Gobierno de España no
puede pretender despachar el problema con una par de recetas. Si la gestión del
actual gobierno sigue en la misma línea y no está a la altura de las
circunstancias, el asunto de Cataluña se puede convertir en un dolor crónico
para el país. El PSOE señala con acierto, y con la libertad propia de estar en
la oposición, la necesidad de no quedarse en el prospecto. La asertividad, la
interlocución y la creatividad son palabras preciosas y muy utilizadas en el
mundo de color rosa. Habría que profundizar cómo se concreta eso en los grises
de la realidad política de nuestro país que está socialmente en las antípodas
del consenso necesario para una modificación de la Constitución en materia
territorial o federalismo.
Cuando la soledad venga a buscar y, por fin, se lleve a
Artur Mas y a Paulino Rivero, quedará un importante vacío. No será el vacío de
quienes lo inundaron todo de su trabajo sin cesar por el bien de los ciudadanos
sino el desierto y la desolación que dejan tras de sí quienes se aprovechan de las
instituciones públicas y especialmente de las televisiones autonómicas para sus
fines partidistas. Entonces, espero que ya sin manipuladores al frente, saldrá
a flote nuevamente el modelo autonómico y nos volveremos a preguntar quién es
capaz de dar respuesta a esa llamada.