Suena la canción Don’t Stop Me Now. Es la hora de los jueces: Pablo
Ruz, José Castro, Mercedes Alaya, Santiago Pedraz, Elpidio José Silva
and goes on. Cada maestrillo tiene su librillo y cada juez tiene sus
autos. Llama la atención el trabajo que están haciendo algunos de ellos.
Más que el trabajo diríamos la floritura y el adorno que le ponen. Los
jueces tienen un cometido y sus preferencias o convicciones personales
no deben alterarlo. Parece obvio pero no es la primera vez que acaba en
prevaricación. Las situaciones injustas le llevan a cualquiera a alzar
la voz. Uno puede y debe, a cambio, esmerarse en su trabajo para poner
fin a tanta desigualdad. Los jueces, como cualquier hijo de vecino,
están en su derecho de hacer valoraciones fuera de lo que sería su
cometido. La controversia comienza cuando un juez milita, en su sentido
más amplio, bajo la bandera de determinadas ideas políticas o
económicas. En este extremo puede darse el caso de dictar a sabiendas
sentencias injustas. Esto es prevaricar y es un delito.
Los jueces tienen la posibilidad y el poder de luchar contra
injusticias y lacras. La tergiversación de esta realidad ocurre cuando
un juez se erige como el salvador de todos los males de España. Existen
personas que odian con todas sus fuerzas a gran parte de los políticos y
banqueros de este país. Personas que buscan constantemente la manera de
llevárselos a todos por delante sin hacer ningún tipo de distinción
entre ellos. Querer trascender en la justicia con esta actitud parece el
final de un cuento cuyo protagonista se ha fumado un buen puro con las
hojas del Código Penal. A los jueces hay que dejarlos hacer su trabajo,
claro que sí, pero el que quiera hacer política que no la haga con una
toga puesta. Los jueces tuiteros y de platós de televisión no han venido
a solucionar el problema sino a agrandar la carpa del circo.
1 comentarios:
Hola Cristina !
Vi tu tuit, Gracias !
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