No hace falta recurrir a ningún dato para saber que España, desde
antes de yo nacer, no es un país de analfabetos. Sin embargo, no podemos
decir que estemos libres de analfabetismo. Podríamos hablar de varios
ámbitos pero la mayor pobreza de conocimiento que padecemos es, sin
lugar a dudas, nuestra ignorancia sobre la cosa pública. Salvando los
inconvenientes que tiene generalizar, se puede afirmar casi sin
pestañear que somos unos analfabetos políticos. En mi opinión, esta
incultura es, además, directamente proporcional a la presencia de los
nacionalistas en las instituciones.
No hay que confundir el
analfabetismo político con la formación académica o la ocupación. Uno
puede ser un gran profesional de cualquier índole y ser un inculto en
política.
Por lo tanto, no se trata de no saber leer o escribir. Se trata de no
usar la capacidad de lectura, escritura y cálculo de forma eficiente en
las situaciones habituales. Y nos guste o no, la política está a la
vuelta de cada esquina en nuestra vida. Lo preocupante es que se trata
de una ignorancia elegida, no desconocemos porque no tengamos medios
sino porque ese cuento no nos interesa salvo para criticarlo.
En lo que
se refiere a Canarias, es de obligada mención la inmensa labor de Radio
ECCA en la alfabetización de los canarios. Pero en lo que se refiere al
ámbito político, ¿quién educa? ¿Dónde se aprende a buscar información, a
contrastar, a razonar de forma independiente? ¿Dónde se madura la
infantil idea de que todos los políticos son malos y que la política
solo sirve para robar? Si esto tan básico se consiguiera, no habría
lugar para el fanatismo, el adoctrinamiento, ni debates imposibles con
personas negadas a pensar, ni el hartazgo de tantísimos ciudadanos que
no quieren oír hablar del tema. La pregunta del millón es entonces: ¿qué
o quiénes están llamados a divulgar sobre esta carencia de la sociedad?
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