Antes eran repetidos aciertos en la lotería y hoy son las herencias no
declaradas durante décadas. Quizás mañana sean velociraptores que se
disfrazan de señoras que regalan dinero. No sé usted pero yo ya no me
indigno ante las justificaciones que dan algunos políticos sobre sus
grandes sumas de dinero de dudosa procedencia. He aceptado que con la
justicia española hay que tener más paciencia que recelo. El que la
hace, la paga. Y para muestra de ello, la entrada en prisión de Jaume
Matas. Así que, con esa relativa tranquilidad me entrego al disfrute del
ingenio que derrochan algunos hasta que se demuestre lo contrario.
Me
gustaría traer a colación la muerte de Adolfo Suárez hace apenas unos
meses. Ríos de tinta corrieron a lo largo y ancho de España. Recuerdo
con total claridad la principal conclusión: ya no existen políticos de
la talla de los de antes. Entre ellos, Jordi Pujol. Quizás su confesión
ayude a entender que no es lógica la añoranza que sigue existiendo por
aquellos políticos, caballeros de fina estampa y con don aire. Si todo
ha cambiado es natural que los políticos cambien. En cualquier caso, el
que ayer fuese un referente de la buena política hoy lo es de cómo las
tentaciones corrompen hasta una muerte política lenta y dolorosa. Y
sobre todo, cómo se enferma la moral cuando uno se rodea de aduladores y
obsecuentes.
André Gilde dijo que el hombre es incapaz de elegir y
siempre cede a la tentación más fuerte. Exactamente de esto hay que
cuidarse. Ojalá las personas fueran conscientes de la elección constante
que supone vivir. Lidiar -sin perecer- con las tentaciones que, en
mayor o menor medida, comprometen nuestros principios. Por todos es
sabida la crisis de valores que atraviesa nuestra sociedad y la política
no es otra cosa que el reflejo de ella. Todos nos equivocamos pero hay
errores sin importancia y errores que no se pueden cometer.
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