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Calvario político

A la política le vendría bien experimentar su propia Pascua. Al fin y al cabo, la política, que tanta pasión nos hace pasar a tantos, vive constantemente experiencias de muerte y resurrección. ¿Acaso no está muerta la política para muchos ciudadanos? ¿Acaso no hay también otras personas que trabajan por su resurgir?

Los políticos se vuelcan en las campañas electorales cual Domingo de Ramos. Se presentan triunfantes, prometen y reúnen a masas. Todos sueñan en que ese jolgorio acabe con una victoria en la fiesta de la democracia. Lo cierto es que, hoy en día, ni las elecciones se viven como una fiesta ni parece que la gente tenga interés en participar. La abstención está siendo estrepitosa y todo indica que en las próximas elecciones europeas volveremos a ver un porcentaje altísimo de personas que ni les va ni les viene. Yo no tengo las claves del asunto pero tenemos que buscar la manera de transmitir que la cosa pública es responsabilidad de todos. Un ciudadano responsable ejerce su derecho al voto. Por lo tanto, no estamos siendo del todo responsables. La indignación y el hartazgo no justifican que despoliticemos nuestras vidas.

Evidentemente no se trata de comparar a los políticos con dioses pero las metáforas permiten explicar y entender muchas cosas. De la misma manera que se arrojó del templo a aquellos que lo profanaban con sus compras, ventas y cambios de moneda, así habría que echar de la política a quienes se aprovechan de ella, a veces, hasta de forma obscena. Se ha recordado hasta la saciedad que los españoles creen que los políticos son un problema. Se podría decir que los ciudadanos, al verse lidiando en la vida cada cual con su cruz, se preguntan por qué les han abandonado. Nos merecemos que los partidos políticos resuciten y se regeneren, que salgan a flote las personas que dan a la política el nombre de servicio.

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