Soraya R (izq.) Soraya S. (dch.) |
La vicepresidenta estalló tras ser acusada alegremente de corrupta.
De la ordinariez no se libra ni el Congreso de los Diputados y no lo digo precisamente por el
taco.
Hay un sinfín de dietas y sobresueldos perfectamente estipulados. Nos puede parecer mejor o peor pero no necesariamente son un indicio de delito.
¿Son una indecencia? De acuerdo, pero tanto si lo hace uno como si lo hace otro. La mayor indecencia es la que comete Soraya R. al acusar a otra persona de algo que ella misma ha hecho, es decir, cobrar simultáneamente una cesantía al salir de la secretaría de Estado de Cooperación al Desarrollo y el sueldo de portavoz parlamentaria.
Las diferentes posturas de los ciudadanos ante los
flagrantes indicios de corrupción en el PP se reparten entre dos extremos a
cuál más inverosímil. El primero de ellos consiste en tragarse que toda la
financiación supuestamente ilegal fue pensada y llevada a cabo por una sola
persona, a saber, Bárcenas. El otro extremo, donde se sitúa parte de la opinión
pública gracias a la bajeza de cierta forma de hacer oposición, es que no una
cúpula, sino todo el PP hasta su último votante son unos ladrones.
Por suerte,
cuando las investigaciones lleguen a su término se podrá condenar a las
personas concretas que han metido la mano en la caja.
En España posiblemente haya más opiniones diferentes que
personas. Tocamos a más de una por cabeza. Esto explicaría cómo una sociedad condena,
de boquilla, la corrupción de sus dirigentes mientras que, en la práctica, participa
en que la economía sumergida alcance casi el 25% del PIB. No me cabe ninguna
duda de que este país alberga muchísimos políticos y ciudadanos honestos que no
han sido vencidos por el monstruo de la corrupción en su puta vida. Hasta que la
gentuza no cese en su afán de verter dudas sobre todo lo que tenga determinada
etiqueta, no podremos entendernos como personas decentes dispuestas a trabajar
por un cambio en la política.
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